viernes, 27 de abril de 2012


Hay un recuerdo que se me aparece cada vez que pienso en mi historia en el arte.
Tenía tres años, no más que eso, y Papá me llevo al teatro.
Decir que desde ese  momento sentí que era eso lo que quería para mí es un absurdo,  pero  indudablemente  algo de todo eso llamo  mi atención y quedo en mi mente, en mi cuerpo.  
Estaba ansiosa, quería que empiece ya, quería que apaguen las luces  y se abra el telón. Y moría de ganas de saber qué era lo que estaba detrás de escena, cuántas personas eran, qué estaban haciendo, le dije a Papá: “Se están  cambiando, mira las sombras… ¿escuchas  los pasos? Papi están todos ahí atrás!!!”


En  todas las ramas del arte encuentro un mundo que me acompaña, en los buenos y malos momentos.
Es  lo que siento.

A los doce  años decidí dedicarme al Teatro, a la Comedia Musical.
Hoy con  diecinueve
me gusta pensar que tengo todo por descubrir, conocer y estudiar;
me gusta relacionarme con personas que me acerquen a la música, a la pintura, al teatro,  a la danza, a la literatura,  a la filosofía y compartan sus experiencias;
me gusta estudiar Expresión Corporal y Teatro;  
me gusta que estudiar Letras me acerque a la historia del arte;
me gusta vivir así, convencida que hay algo que nunca me va a dejar sola.


Pienso en la frase de una película muy amiga mía:
“La vida no es más que un interminable ensayo, de una obra que jamás se va a estrenar”.
Yo  diría más bien que la vida es una obra improvisada, de la cual somos actores y también espectadores.